Caminar por las encantadoras callecitas de esta gran ciudad es una aventura permanente. Esquivar veredas rotas, cruzar mirando para los dos lados y para arriba también porque no sabés de donde te sale una motito de delivery sin luces y de contramano, mesas y sillas de bares que te ocupan toda la vereda, las ofertas de los manteros y por supuesto, los nunca bien ponderados volanteros. Entre tarotistas con "don de nacimiento" e institutos para hacer el secundario acelerado, hoy me encontré con una joyita del autobombo y con la autoestima de Zulma Lobato.
A las pruebas me remito. Confieso que muero por conocerlo pero no me animo a cambiar de colorista.